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miércoles, 29 de mayo de 2013

MARY JANE

Anoche fui a casa de Mary Jane. Quería darle una sorpresa aprovechando que tenía que visitar a un amigo que vive dos calles más abajo. Esas cosas son importantes en una relación. Los pequeños detalles. Si no fuera por ellos muchas parejas se irían al traste. Tuve que subir andando porque el ascensor no funcionaba. Son cinco pisos pero ya que estaba allí no me iba a ir por esa tontería. Tenía unas ganas locas de verla.
Llamé al timbre varias veces pero no me abría nadie. Es curioso porque desde la calle me había parecido ver luz. Me pegué a la puerta como una lapa. Pero no oí nada. Probé con los nudillos y la llamé por su nombre varias veces. Lo intenté con el timbre otra vez. Era muy extraño porque Mary Jane siempre está en casa a esas horas. Una señora gorda y con rulos abrió la puerta del apartamento de enfrente. Me miró como si me hubiese comido su manteca de cacahuete y luego cerró de un portazo y echó la cadena. 
Fue una verdadera lástima. Con lo que me gustan a mí los detalles. Ya me iba cuando me pareció oír unos pasos leves, sordos, al otro lado de la puerta, como un gato andando por una alfombra. Quizá era Mary Jane que salía de la ducha, sí, eso me imaginé. Me abalancé sobre la puerta. Dije su nombre. Dos veces. Nada, ahora ya no oía nada. Debió de ser mi imaginación. Decidí marcharme. Fue una pena.
La conocí en un Café. Yo estaba sentado en un rincón con una botella de Cutty Sark. Me había metido en un lío bien gordo y estaba meditando cómo salir de él. No sé cuánto tiempo llevaba ella en la mesa del fondo porque no levanté la mirada en mucho tiempo. Ya sabéis. Pero cuando lo hice fue amor a primera vista. Ya sé que suena muy cursi pero así fue. Vi sus ojos de caramelo bañados en aquella melena caoba y eché a volar.
Al principio pensé que estaría esperando a alguien o algo así. Pero no llegó nadie. Y su batido de frutas se consumía rápidamente. Reconozco que me estaba derritiendo por dentro. Nuestras miradas se cruzaron un par de veces, eran coincidencias clandestinas, un poco vergonzosas a decir verdad. A la cuarta nos reímos, y vino hacia mí. -¿Me invitas?- preguntó señalando el Cutty con el índice. Y luego vino todo lo demás.
Desde entonces ha pasado un año. Un año maravilloso. Me ha cambiado la vida. Yo antes vivía solo y me apañaba bien. Cuando uno vive solo apañárselas es lo más que puede hacer. No se puede ser feliz. Tiene sus ventajas, sí, sí, pero no es lo mismo. Ya no puedo ni imaginarme la vida sin Mary Jane.
Dios, si yo perdiese a Mary Jane me volvería loco.  El amor va y viene, eso es verdad. Y cuando se va es jodido, sí señor, es muy jodido. Yo lo sé. En el instituto me enamoré por primera vez. Tenía quince años pero no fue un amor de adolescente. No, fue un amor real, de verdad, mi primer amor. Ella no se enamoró de mí. Era demasiado bonita para eso. Yo le escribía sonetos, muy currados, y se los metía entre los apuntes cuando ella no estaba en su sitio. ¿Habéis escrito alguna vez un soneto de amor? Es realmente difícil. Una tarea de chinos. Le escribí cientos. No había día que no se encontrará con uno en la cajonera. Solía esperarla al final de clase para invitarla a un refresco. Siempre decía que no. A veces la llamaba por teléfono y colgaba, sólo por oír su voz un instante. En el recreo procuraba ir con ella, aunque no siempre lo conseguía porque sus amigas la rodeaban y no la dejaban en paz, parecían sus escoltas. Hasta me amenazaron. Que si me acercaba otra vez llamarían a la policía. Eso dijeron. Estaban locas. Yo qué sé. Al año siguiente se cambió de colegio y ya no volví a verla más.

lunes, 6 de mayo de 2013

RENUNCIA


Está delante del espejo, contemplándose, sin mirarse a los ojos. Rastrea el pelo con las manos. Juega con él, arriba y abajo, dócil, sin apenas resistencia. Sus dedos se deslizan suavemente hasta tocar la piel, aún la siente temblar.
Le cuesta respirar. No encuentra el ritmo. Se para. Empieza otra vez. Uno, dos. Ahora mejor.
Nota como su cuerpo se esponja y le resbala por la camiseta, también por la falda a medio caer. Siente una                    náusea.Aguanta.
Coge la maquinilla. Se agarra la cabeza. El zumbido eléctrico de un  millón de abejas le arrasa los oídos. Se inclina a un lado. Baja la mirada, al lavabo. Y ve cómo se posan, destrozados, sus retazos, los pétalos ajados de una rosa muerta.
Está delante del espejo, contemplándose, mirándose a los ojos.
No tiembla.
Ya no la tocarán más.

miércoles, 1 de mayo de 2013

SED DE ESCRIBIR

Yo es que soy muy vago. Los tengo a todos engañados. Cuando era pequeño sacaba las mejores notas de la clase, incluso en la universidad destacaba. Todavía me tienen por un crack.
Confieso que escribir es la única cosa que me sienta bien. He probado muchas, pero sólo escribir ha calmado mi sed de venganza. 
Escribir es como las judías verdes. No me gusta pero me sienta bien. Quiero decir que a mí las judías me producen el mismo placer que beber un litro de amoniaco pero, al contrario que un litro de amoniaco, las judías hacen que mejore y me aportan nutrientes que no sé cómo pero me ayudan a vivir mejor. El médico siempre me pregunta, ¿come usted verduras? Será por algo, ¿no?
Y sí, lo confieso, no me gusta escribir. ¿A quién le gusta estar encerrado en un cuarto pergeñando cien o doscientos folios que lo más normal es que nadie salvo él los lea? Hay que estar muy mal. Yo escribo porque no me encuentro bien. Es evidente. No estoy bien. Si lo estuviera ahora mismo plegaría el portátil y me iría a ver si hay alguna despistada en la barra de un bar, o una de ésas de gafas y pelo recogido que pululan por las librerías y tanto morbo dan. (esto último no me lo tengáis en cuenta, ¿vale?).
No me gusta escribir pero lo necesito. Es un vicio. No os preocupéis, tengo más. Si sólo tuviera uno sería muy peligroso. Sí, tener sólo un vicio da demasiados problemas. Sabéis por qué, ¿no?
A mí lo que me gusta es imaginar cosas. Si se escribieran automáticamente a la vez que las imagino sería bestial. 
Sí, escribir es una tarea penosa. Cuesta mucho porque vale mucho. Si alguien me dice que se lo pasa pipa escribiendo no creo que leyese nada suyo. Probablemente no valdría la pena. No, no creo que su manuscrito sobreviviese en mis manos más allá de la quinta línea. Si es que enseguida se nota.
Leer también cuesta, y es arriesgado. Uno abre una novela y se lleva un arañazo. Una buena, digo, ¿a que sí?
Escribir es tener sed, y leer también.
"Tuve sed, y me disteis de beber", amigo, qué gran frase.