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martes, 18 de junio de 2013

Mientras el sol se esconde

Andar bajo la lluvia tiene sus ventajas. La primera es que vas solo, ¿verdad? No tienes que pararte con nadie que no te apetezca pararte. No tienes que hablar cuando no quieres, ni echarte a un lado, ni siquiera tienes que poner buena cara si no quieres. Vas suelto, como un perro sin correa. A Sandra no le gusta la lluvia, ni siquiera a través de los cristales. Si le sorprende la más mínima llovizna se te adelanta y se mete en un portal. Al principio no le diste importancia, es lo normal, a casi nadie le gusta andar bajo la lluvia, es incómodo, como que te desgastas, parece que te derrites, que te van a tener que buscar disuelto en cualquier charco. Luego, poco a poco, fue una de tantas y tantas cosas que agregar a la lista de incompatibilidades. No es grave por sí sola pero dice mucho de una persona. Lo pensaste más de una vez en esas largas caminatas mientras el orvallo te iba calando poco a poco. A alguien a quien no le gusta caminar bajo la lluvia le falta algo. No sabes dónde ni qué, le falta algo, algo sustancial, un giro de llave para abrir una puerta, una ruedecilla en el mecanismo de un reloj, un clavo en un madero.

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