Había
roto el jarrón chino de la entrada, ése tan caro, y sabía que, cuando se
enterase, mi madre me mataría. Además me encontraba fatal. No me había dejado
cena y no tuve más remedio que arramplar con el bote de leche condensada.
Después vino aquel dolor tan intenso, ya sabéis, y unas ganas horribles de
vomitar. Me fui al baño. Allí estuve hasta que, ya muy tarde, los sentí llegar.
Entonces corrí a mi habitación y me metí debajo de las mantas.
Por
aquel entonces yo vivía solo con mi madre. Papá había muerto meses atrás.
Trabajaba de cocinero en un restaurante del centro y siempre volvía muy tarde.
Una noche alguien lo estaba esperando en el rellano. La policía dijo que fue un
robo, que no tenía que haberse resistido. A los dos días mi madre apareció con
ese amiguito de las botas vaqueras y el águila estampado en el empeine.
A
menudo llegaban tarde. Se iban a la cocina y discutían. De vez en cuando
rompían un plato o dos pero siempre terminaban en el salón viendo una de esas
pelis de medianoche, ya sabéis, con el volumen a todo trapo. Entonces yo metía
la cabeza bajo la almohada y canturreaba una canción que me había enseñado mi
padre, un largo nananá, pero aun así seguía oyendo aquellas voces. Incluso
rezaba a la Virgen como me decía la hermana Lucía, mi profesora de lengua, con
las manos cruzadas y apretando los ojos hasta que me dolían, pero no había
forma.
A
veces las voces paraban de repente. Entonces yo asomaba la cabeza. Y la veía. Era
una niebla negra y espesa que se colaba a través de las mantas y me envolvía como a una momia. El cuarto se convertía en algo brutal. Algo
como una tumba abierta en plena noche. Luego ese hombre entraba en el cuarto.
Sin llamar. Yo me sumergía y agarraba las mantas con las uñas, como un cachorro
de gato cuando te acercas, igual. La madera crujía bajo las botas. Venían a por
mí. Podía oír las alas del águila desplegándose. Y después aquel rostro pegado
a mi cara, justo al otro lado de las mantas. Y aquel olor a whisky. Santa María, madre de Dios.
Muy bueno, Angel. Me he sentido bajo las sábanas.
ResponderEliminargrazie mile, Carmen!!
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