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miércoles, 17 de abril de 2013

A FONDO HACIA NINGUNA PARTE



Cuando llegaste a casa aún temblabas, lo notaste al meter la llave en la cerradura. Ni siquiera comiste. Cogiste el coche y te pusiste en ruta. Sintonizaste Radio Nacional Clásica y Mahler te acompañó en tu transición a ninguna parte.
Viajar sin rumbo, a lo que toque, es una metáfora de la vida. De una vida que pendula en el alambre. Sólo quieres carretera. Asfalto y cielo azul que se corta con el horizonte lejano. Pisas el acelerador. Huyes de la muerte acercándote a ella. Ruges sobre el alquitrán. La línea discontinua se convierte en continua. Los árboles se hacen uno. Ignoras los desvíos. La línea recta es el camino más corto ente dos puntos. Eso te enseñaron, y no es fácil desaprender, más cuando se va deprisa. Cambias de emisora, Highway to Hell, nada mejor, Angus grita “Hey Mama, look at me. I am on my way to the promise land” y tú le pisas solo un poco más. Es todo lo que tienes que hacer. Nada es más fácil que correr por el camino que no lleva a ninguna parte. Nada es más fácil cuando te han dicho que no tantas veces. Si no hubiese más que una línea recta irías por ella hasta el infierno, es sólo dejarse llevar. Pero sabías que te quedaban cosas por hacer, todavía no había sonado la campana y pensaste que el siguiente asalto sería el tuyo.
Cuando la noche llegó tenías los codos apoyados en la barra de un bar de carretera. No había más que camioneros, ninguno llevaba botas ni sombrero tejano como esos de las películas, la camarera se llamaba Concha, y en los bares de carretera españoles no hay mesa de billar.

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